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domingo, 5 de junio de 2016

El vínculo patológico

El vínculo patológico
La madre tóxica... o el abuso sin fin

Somos mamíferos sociales y, como tales, la figura más determinante en la génesis de nuestro psiquismo es, y sólo puede ser, la madre. Naturalmente, hay posteriormente en nuestra biografía muchas otras influencias (el padre, otros parientes, la escuela, la sociedad, la pareja, la salud, el trabajo...). Pero las capas más hondas de nuestra personalidad, nuestra actitud ante la vida, el modo de afrontar nuestros éxitos y fracasos, etc., dependen enormemente del tipo de relación que existió en nuestra infancia -o sigue existiendo hoy- entre nuestra madre y nosotros. Este vínculo madre-hijo/a no sólo debió ser sano, sino también transitorio. Es decir, lo mismo que hay un destete físico, también debe haber, más adelante, un destete psíquico de la madre. Tras la adolescencia, tal destete debería quedar completado. La madre no sólo debe permitirlo, sino promoverloactivamente, pese a todas las posibles resistencias del hijo/a. Sólo así se logrará la salud emocional de toda la familia. 
Ahora bien, esto sería lo sano. En la práctica, muchas madres no permiten crecer e independizarse emocionalmente a sus hijos, sino que, por sus propias y enormes carencias, cultivan una agobiante influencia sobre ellos, a los que se aferran desesperadamente (1). Entre estas madres, las más destructivas son las que, padeciendo severos trastornos neuróticos, o a veces incluso bordeando la psicosis, abusan psicoafectivamente de sus hijos -o más comúnmente dealguno de ellos- con todas las variantes del dominio, la sobreprotección, la manipulación, la invasión, las quejas sin fin, las insidias y comadreos familiares, la crítica, el desprecio, las agresiones verbales, el chantaje, la intimidación, la culpabilización, etc. Esto las convierte en verdaderas "vampiras" de sus hijos, a los que, como esas lianas selváticas que ahogan a los árboles, confunden, paralizan y debilitan sin remedio. Los hijos, por eso mismo, son extremadamente dependientes e incapaces de alejarse de estas madres tóxicas, a las que odian tan profundamente como, a la vez, se culpabilizan por ello. Tanto dolor, generalmente negado (reprimido), lo expresarán entonces mediante complejos síntomas neuróticos (ansiedades, depresiones, adicciones, trastornos alimentarios y de personalidad, autoagresiones...). Y cuando este vínculo patológico, esta horrible simbiosis madre-hijo/a (que a menudo es confundida socialmente con un ejemplar "amor de madre" (2), etc.) es máxima e insoportable ya desde la primera infancia, puede generar problemas psicóticos.
Mi experiencia profesional me ha enseñado que los vínculos patológicos suelen durar toda la vida de la madre. Un gran número de pacientes menores de 50 años enormemente confundidos, debilitados e incapaces de vivir, siguen sosteniendo aún, en efecto, este tipo de simbiosis con madres asfixiantes. Por ejemplo, puede ser que aún convivan con ella, o que, ya independizados, casados o incluso viviendo en países lejanos, mantengan con ella relaciones muy frecuentes (3), ya sea en persona, por teléfono, internet. etc. De este modo, el inconsciente cordón umbilical se refuerza continuamente y las viejas heridas infantiles nunca cicatrizan. Más aún, cada nuevo contacto con la madre las reactiva (p.ej., en forma de sentimientos de humillación, anulación, ira, culpa...), con la consiguiente pérdida de energía. La víctima, movida por el miedo, la culpa y su escasa autoestima, ofrece siempre mansamente su cuello al verdugo para ser sangrada una vez más. Y, si intenta autoafirmarse, y no digamos ya emanciparse, la madre recurrirá entonces a todo su arsenal patológico para seguir conservando su dominio: broncas, lágrimas, victimismos, acusaciones, amenazas, chantajes, pseudoenfermedad... ¡Incluso intentará manipular al terapeuta de su desdichado hijo/a!  
El padre, en estos casos, suele asumir dos papeles básicos. O bien es una figura ciega, indiferente o pasiva ante los abusos de la madre (ya que, en realidad, él mismo es otra de sus víctimas). O bien es cómplice de tales abusos y forma una alianza ("piña") destructiva con la mujer (4). En este segundo caso, los trastornos del hijo/a son, obviamente, mayores, pues no encuentra refugio emocional en ninguno de ambos progenitores. El auxilio procedente, a veces, de otros hermanos o parientes no suele ser suficiente. Y la situación aún puede ser peor en el caso de los hijos/as únicos/as.
El vínculo patológico es, en fin, una especie de tiranía sadomasoquista ejercida inconscientemente por un verdugo sobre su víctima. Pero no nos engañemos. En lo profundo, la víctima también extrae ciertos beneficios inconscientes de su sumisión y dependencia (5), hasta el punto de que, en ocasiones, rechaza inconscientemente la ayuda de cualquier terapia. Por otro lado, el verdugo es, a su vez, víctima de los abusos de sus propios padres, etcétera. De modo que, en el fondo, la simbiosis tóxica es un "pacto secreto" entre dos seres igualmente inmaduros y desesperados (6). Y aunque la vida trunque inesperadamente este tipo de relación (p. ej., con la muerte de la madre), todas las características neuróticas de la víctima permanecerán. Y quizá busque entonces, si no lo había hecho ya, una pareja con quien repetir una relación similar. 
¿Cómo se supera el vínculo patológico? Por parte de la víctima, percatándose de su dilema interior (por un lado, su sufrimiento y, por otro, sus ventajas ocultas) y eligiendoentre ambos extremos. Y también cultivando todo aquello capaz de darle más autoestima, fuerza y autonomía (p.ej., con ayuda de mejores trabajos, amistades, actividades, psicoterapias, proyectos, cambios de residencia, etc.). Logrado ese crucial destete psíquico, su maduración podrá continuar. En cuanto al verdugo, su vínculo patológico podría resolverse -o, mejor aún, prevenirse- si tomara conciencia de su propia desesperación, de los abusos sufridos en su propia infancia, y de la increíble delicadeza, vulnerabilidad y profundidad inconsciente (7) de los vínculos madre-hijo/a.
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