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miércoles, 29 de junio de 2016

TOMAMOS DE ANTONIO LADRA SOBRE GUARTECHE

La madrugada de este miércoles me encontró con la noticia de la muerte de Julio Guarteche, ex director Nacional de Policía. No fue una noticia sorpresiva, ya se esperaba el desenlace: el cáncer al páncreas debe ser el peor, el que no da oportunidad.
Conocí a Guarteche hace muchos años, cuando era el segundo de la Brigada Antidroga que dirigía Roberto Rivero. Desde esa época hasta ahora, Guarteche llegó a tener los máximos puestos de responsabilidad que puede aspirar un policía en Uruguay.
En todos estos años como parte de mi trabajo fui conociendo a un hombre comprometido con su tarea, honrado, leal, buena persona por sobre todas las cosas. Siempre dispuesto y abierto para dar información, estableciendo claramente cuál era su rol y sabiendo cual era el mío como periodista, cosa que pocos hombres públicos comprenden.
En este tiempo, además, fui conociendo a un hombre sensible, culto, educado y dueño de un gran humor. Y ese hombre, ese ser humano más allá del policía, sentía que no estaba dando todo lo que tenía que dar para el país, por su gente.
Como nadie advirtió ya desde hace años lo que iba a pasar en el Uruguay en materia social y sufría cada vez que sus pronósticos se cumplían y más sufría cuando veía que quienes debían tomar las decisiones no las tomaban o lo hacían a golpe de balde.
Hace unos años, poco antes de ingresar al set del estudio de televisión donde iba a ser entrevistado, me dijo, con preocupación, estamos viendo cómo llegan a los hospitales muchos jóvenes con heridas de bala en las piernas y se niegan a hacer la denuncia. Nunca saben quién les disparó o porque ocurrió eso. ¿Sabes qué va a pasar dentro de poco tiempo? Me preguntó a boca de jarro y el mismo respondió: van a comenzar levantar el arma, alcanza apenas cinco centímetros y entonces esas balas, que hoy van a las piernas, van a ir al cuerpo, a la cabeza.
Hoy es para nosotros, los periodistas, pero también para la sociedad, un tópico hablar de ajustes de cuentas. Desgraciadamente nos hemos acostumbrado y forma parte de lo cotidiano.
Fue también Guarteche el primer policía del que oí hablar del avance del narcotráfico en el Uruguay y como ello iba a permear para mal a toda nuestra sociedad; que ya no íbamos a ser solo un país de paso para la droga, sino que se iba a establecer. Así llegó la maldita pasta base que ha traído tantos males a este país y que ha destruido ya a muchos jóvenes.
Hace siete meses se le detectó un cáncer al páncreas. Desde un primer momento supo que no había vuelta, pero sin embargo no bajó los brazos, lo ayudó su fe y lo peleó cuerpo a cuerpo en una desigual batalla.
Nunca bajó los brazos, ni siquiera cuando ya estaba internado, ahora, recientemente en el Hospital Policial. “No me puedo quejar, si me quejo es de lleno”, me escribió en uno de los últimos mensajes que intercambiamos.
A una compañera de trabajo que le escribió después de haber sido nuevamente operado, hace tan solo cuatro días y tras la pregunta de ella de cómo había pasado la noche, la respuesta fue “pasé”, resumiendo en una palabra que una vez más había triunfado sobre lo inevitable.
Pero lo inevitable para nosotros, ese viaje sin regreso, para él, creyente mormón, no es más que un pasaje a otro estadio donde se va a reencontrar con sus seres queridos ya fallecidos. Allí debe estar ahora Julio Guarteche, mirándonos, sonriente a la espera que nos encontremos en algún momento.

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